Los latidos golpean las muñecas de porcelana, frágiles y agrietadas, por el filo de la soledad...
El llanto ya no es llanto, ahora es dolor, el dolor de reprimir las lágrimas en los ojos y los sollozos en la garganta.
Lo rojo desapareció, y dio paso a lo blanco. Salvación en forma de polvo del olvido, la arena del dolor...
Collares alrededor del cuello para ahogar las palabras y una corona de pinchos rodeando al corazón sangrante, delirante y moribundo, para acallar los impulsos, para lograr un alma sin razón, sin pensamiento propio, siga a la multitud.
Porque hace tiempo que se fue y abandonó su cuerpo, ahora solo es una concha, vacía y rota.
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