sábado, 14 de julio de 2012

Nada que soñar, nada que perder.

Sin saber muy bien la razón (algo dentro de mí me empujaba a ello)  me he puesto frente al ordenador, intentando que las palabras fluyeran, que mis dedos se soltaran y dejaran que las historias volaran libres, felices sin nada que importase, sin nada que las retuviese entre mis manos.... El tiempo iba pasando, las agujas del reloj martilleaban los segundos, con fuerza y con decisión, como si tuviesen miedo de retrasarse y mis dedos sin embargo seguían quietos, mi cabeza pensando el por que de aquella extraña sensación, una sensación de vacío, de incertidumbre, de saber que cuando muera mis letras quedarían perdidas entre miles y miles de palabras, de frases bonitas que salieron del corazón pero que aun así la gente no podrá disfrutar con ellas. Y así, como si de una brisa fresca se tratase, la soledad apareció en mi habitación. Una triste balada en los altavoces...  Una respiración descompasada interrumpida por los sollozos del dolor... Mientras tanto el sol se ponía entre los feos edificios de un barrio de Madrid.

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